Querido maese Villon, ¿temor de Dios? Al umbral, más bien, ese umbral inevitable y a lo nos espera una vez traspasado.
¡He aquí el obstáculo! Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado de este torbellino de la vida(9).
Y ya sea Temor a la Condenación Eterna o a lo que sea que nos aguarde, es en la Conciencia tras la que se escuda nuestro príncipe danés, aquella -la conciencia- por la somos capaces de reconocernos como individuos frente al mundo, aquella que nos permite distinguir el bien del mal, en definitiva, aquella que nos ayuda a prever y temer consecuencias. ¿Es pues ella la que nos hace cobardes?
y, así, el motivo de la resolución se torna enfermizo bajo los pálidos toques del pensamiento, y empresas de grande aliento e importancia, por esta consideración, tuercen su curso y dejan de tener el nombre de acción(10)
Así no queda sino esconderse en la buhardilla, como aquel faulkneriano Goodhud Coldfield(11), que incapaz de traicionarse a sí mismo eligiendo un bando, se encerró en el desván hasta dejarse morir. Pero, no es éste el caso ¿verdad?. Y es que, Príncipe, escucha, hay alguien en la puerta. Y me temo -qué premonición la tuya- que no es:
"¡La hermosa Ofelia! ¡Ninfa acuérdate de mí en tus oraciones"(12)
Tampoco os trae Genciana para la resolución entre sus obsequios, ni siquiera para reclamar justicia. Nada os trae, sino dolor y ansía.
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